Qué más leo yo

Linda la época de balances de fin de año, sobre todo por lo vacua, gratuita y militantemente omnipresente. En otros tiempos me hubiera inclinado hacia una lista de *discos del año*, pero la verdad que últimamente estoy demasiado retro como para embarcarme seriamente en eso. Los Natas, Pez, Almafuerte y Calamaro sacaron discos en vivo, Blackmore sigue sacando discos de onanismo medieval, el disco de Deep Purple aún no lo escuché, Christopher O’Reilly sigue expandiendo los límites de la percepción rockera pero sin salir de los covers de Radiohead, etc.

Va entonces la lista de *libros del año*. No los mejores de 2005, claro, sino los que pude leer en estos 12 meses. Algunos sublimes, otros piezas de museo, algunos útiles, otros obviables, un par bodriosos. Y uno que no entendí (?)

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Richar(d)cade

Para experimentar los límites de la degradación y el aburrimiento humanos sin perder metalidad, les ofrendo el Iorio Killer, juego fast-food onda Space Invaders hecho por un alma extraviada que seguramente padecía un ataque de panchez aguda.

El que pueda demostrarme que jugó más de 3 (tres) partidos seguidos sin desinstalarlo y renegar aunque sea por un rato del capo di tutti capi del metal pampeano, se gana un .VQF (?) inédito del amigo.

Como (casi) siempre, el mérito es primero de esta gente y solamente luego mío. Soy chorro pero confeso, faltaba más.

El gran karaoke de la nación

El Salmón morirá Salmón, pero ya la corriente dejó de serle adversa: ahora todos van para su lado. El cenit de popularidad en el que está Calamaro -aun habiendo editado oficialmente nada más que tres temas nuevos de autoría propia en los últimos cinco años- asusta hasta viéndolo desde afuera. Por eso no es de extrañar que el tipo lo haya pensado una y mil veces antes de volver al ruedo. Después de un período tan grande de abstinencia (“el último show lo había dado el siglo pasado”, la dibujó hace unos días en los medios hablando de su ausencia de los escenarios pre-rescate a manos de la Bersuit) nadie puede estar preparado para semejante demostración de incondicionalidad.

Superados los resquemores, todo pasa a un lejanísimo segundo plano cuando, al transcurrir el show, empieza a operar esa suerte de hipnosis colectiva que hace que muchos cantemos bajo un hechizo de extraviado convencimiento deformidades como “viví las tumbas de la vida / soy un poeta maldito / aunque siempre fui bonito / nunca dormí en el palito“.

En la elección de temas, Calamaro se reservó algunos guiños hacia su reciente etapa banzai de estudio, pero nada demasiado extremo; solamente algunas canciones de la edición de 1 CD de El Salmón, siempre mechadas para evitar que una seguidilla de esos versos de trinchera desvíe el curso de los acontecimientos hacia aguas peligrosas. Sobre el escenario, probablemente lo más border fue comprobar que… ¡Calamaro tiene que leer sus propias letras en vivo para cantarlas! Y quién te dice que en realidad no haya sido el combo letras + notación armónica el que completó el cuadro de relajado despiste salmónido. Y esto no es despectivo, cuidado: el milagro de que un tipo al que no le importa mostrarse tan afuera de todo pueda (re)interpretar su propia obra de la manera conmovedora en que lo hace vale mucho, mucho más que las ya de por sí saladísimas entradas del sábado.

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Qué fallo

Salió ayer el último fallo (256 páginas, PDF bajado de los servidores pesificados que lavan más blanco) de la causa Cromañón y parece que las cosas están empezando a enderezarse. Lejos de la payasada mediática y las cabezas de turco (faltó que paseen a Chabán y a Ibarra encadenados para que los apedreen y estábamos de vuelta en el Medioevo), realmente el documento deja clarísimo que si pasó lo que pasó fue debido a la nefasta suma de la participación de muchos actores.

La novedad es que ahora, finalmente, la peor parte (y por lejos) se la lleva el grupo. El razonamiento del juez Lucini se basa en un encadenamiento lógico implacable: sin incendio no hay muerte. El juez afirma que “hay que diferenciar dos momentos. El peligro de estrago en si mismo y la posterior capacidad de controlarlo y combatirlo una vez que éste se produjo. El error debe recaer sobre la capacidad de controlar el riesgo y no sobre la eventual posibilidad de actuar una vez que éste ya se ha concretado. (…) Primero viene el peligro de incendio, derivado de eso el peligro de muerte”. O sea que sin lo primero, lo segundo nunca pudo haber sucedido. Y para explicar lo primero, todos los bondis lo dejan en Celina.

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En un punto

Me caía muy mal Pappo pero me cayó muy bien esta historia con moraleja. Todo muy, no olvidar ese detalle.

“¿Tenés la anécdota del pibe que tocaba con mi hijo, que Pappo le rompió la cara de una piña? Ok, estuvo exageradísimo, pero en un punto tenía razón. (…) Estábamos ahí y Pappo dice algo de un disco o no sé qué, que se llamaba Alive, y lo dice así, como se escribe, *alive*. Y el pibe le dice ‘Se dice *alaiv*, Pappo’. Pappo lo miró, se metió la mano en el bolsillo, le dio cincuenta pesos y le dijo: ‘Es para el hospital, pibe’, y lo surtió. ¡Aguante Lovorne!”

Entrevista a Charly García en Playboy, diciembre 2005

Banda de cabecera (no tan cabezas)

¿Habrá pasado la época de las ricardescas? Creo que no, pero resulta que hoy por hoy Cromagnon y afines es la nueva marca en el orillo de este blog. Sepan disculpar a quienes no interese pero juro que es una de las pocas cosas que no hago a propósito. Sale así, nomás.

En esta entrega (?), vamos a desmitificar eso de que esa banda -la que todos conocemos y no nos atrevemos a nombrar, ésa- le roba (perdiendo en el camino el 99,99% de onda, vuelo, poesía, métrica, originalidad y resistencia al paso del tiempo) a esa otra banda que se separó mas no contaba con que uno de sus miembros fuera a empezar a operar en los medios para juntarse de nuevo.

No, viejo. Si hay que robar, que sea de un disco con nombre raro y pinta de no haber vendido ni media copia, de una banda conocida pero en su época desconocida y de un tema que muy probablemente seguirá siendo ignoto por un tiempo más, sino para siempre. Así se hace un hit de “rocanrol” en la Argentina post-M***m, aprendan… (1|2)