Las bases

“Aparecen por primera vez dos expresiones que habrían de hacer historia en la Argentina, tercera posición y socialismo nacional. Se trataba de conceptos lisa y llanamente descriptivos del fascismo italiano, de aquel experimento político que Perón había estudiado en la Italia de Mussolini y que lo tenía ostensiblemente fascinado cuando regresó a la Argentina. El proyecto político que fue delineando Perón (…) descansaba sobre dos premisas: por un lado, la convicción de que sólo un ordenamiento político-social que rescatara los componentes esenciales del fascismo podía oponer eficaces defensas al avance comunista; por el otro, la certeza de que el fascismo sería derrotado en la segunda guerra mundial. (…) Hay un notable discurso de Perón, pronunciado el 7 de agosto de 1945 ante oficiales del ejército en el Colegio Militar: ‘Si la revolución francesa terminó con el gobierno de las aristocracias, la revolución rusa termina con el gobierno de las burguesías: empieza el gobierno de las masas populares. (…) Si nosotros no hacemos la revolución pacífica, el pueblo hará la revolución violenta. La solución de este problema hay que llevarla adelante haciendo justicia social a las masas. Ese es el remedio que, al suprimir la causa, suprima también el efecto. Y desde que el mundo es mundo, la obra social no se hace más que de una manera: quitándole al que tiene mucho para darle al que tiene demasiado poco. Es indudable que eso levantará la reacción y la resistencia de estos señores (el empresariado), que son los peores enemigos de su propia felicidad, porque por no dar un 30 por ciento van a perder dentro de varios años, o dentro de varios meses, todo lo que tienen, y además las orejas’. (…) El proyecto que ofrecía Perón a los empresarios argentinos descansaba sobre la idea de asignar al Estado un papel activo en la organización política de las masas. Este programa, sin embargo, no podía llevarse a la práctica en términos estables y duraderos sin la adopción paralela de medidas salariales y sociales que estimularan el consenso de las masas obreras a los mecanismos diseñados para controlarlas, medidas inevitablemente costosas para el empresariado, pero que éste debía aceptar como una sabia inversión en seguridad”.

Pablo Giussani, Montoneros, la soberbia armada, pp. 161 a 176, Sudamericana/Planeta, Buenos Aires, 1984.

Oferta por fin de temporada

Chica de caño (virtual)

Una que había quedado en el tintero desde principios del mes, falla del scanner mediante. Que sigan los éxitos…

Prueben cerveza de verdad

En estos tiempos ya nada es lo que parece. Los yogures vienen a medio llenar, las promociones de ISPs de Internet encadenan una mentira con otra y la venta de humo está a la orden del día en todos los rubros.

Para colmo, las cervezas tampoco son lo que eran. La Quilmes es un pis intomable, otras directamente son un desafío al paladar más curtido por su sabor ácido y horrendo (Brahma entre las más notorias) y sólo se puede apelar a la Heineken o la Warsteiner para despuntar un poco el vicio. Pero no todo está perdido: existe la cerveza artesanal. Cara, sí, pero la mejor.

Los que vinieron a salvar este desastre son tipos que empezaron haciendo cerveza primero en su casa, en condiciones algo precarias, como un aprendizaje. Y luego, ya perfeccionados y seguros de su arte, pusieron un barcito para que la gente vuelva a deleitarse con el verdadero sabor de una birra. Gracias a los buenos oficios de un amigo me hice habitué de uno de estos reductos y puedo decir, sin temor a exagerar, que la cerveza fatta in casa *me cambió la vida*. Quienes quieran sumarse a este deleite sin fin, pueden consultar esta lista de lugares recomendados y recomendables.

Vaya mi aplauso para los cerveceros artesanales, románticos de nuestro tiempo y cruzados de la malta. Muerte a la cerveza industrial, destructora precoz de neuronas y emblema del capitalismo salvaje (?)

Heavy + hippie = Natas

Una pequeña oda a Los Natas, que extrañamente todavía no habían aparecido en este blog en lo que va de 2005. Vida y obra del trío más fumado, a continuación.

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Sergio Chotsourian, cerebro y líder de Los Natas, se ve calmo en una tormentosa tarde, en su sala ubicada en lo menos Hollywood de Palermo Hollywood. Está, como siempre lo hace, experimentando nuevos sonidos con sus guitarras. Se lo ve contento; ha podido comprarse ese equipo valvular que siempre soñó. Recuerda, añora, viaja inmóvil, medita; se da cuenta de todo lo que han crecido. Les ha ido bien estos últimos años. Los shows son cada vez más importantes, los discos ya son obras de culto aquí y allá, editan en vinilo (sueño de toda banda con perspectiva a los 60s y 70s) y hasta se dan el lujo, una vez por año, de girar un mes entero por Europa.

Este año cumplen una decena de ciclos terrestres juntos. Las cosas marchan prósperamente. Han juntado cuanto bicho raro habita estas ciudades, sediento de rock y del disfrute de un show escénico excepcional, ornamentado con proyecciones lisérgico-psicodélicas o documentales que muestran el rústico -pero impactante- éxtasis de las ceremonias tobas, impulsados a tales ritos chamánicos por el alcohol de raíces o ciertas substancias psicotrópicas naturales que ingieren con frecuencia.

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Rebelde vs. revolucionario

“¿Cuál es la diferencia entre un revolucionario y un rebelde? Un revolucionario es, por lo pronto, un individuo política, ideológica y culturalmente independiente. Tiene sus propios fines, su propia tabla de valores, su propio camino. Y cuando da un paso, lo hace arrastrado teleológicamente hacia adelante por aquella objetiva constelación de fines y valores que lo trascienden. Un rebelde, en cambio, vive de rebote. La dirección de sus movimientos no está marcada por metas que lo atraen sino por realidades que lo repelen. Y la repulsión desnuda, la repulsión vivida como un absoluto y no como momento derivado de una previa percepción de valores y objetivos que califican de rechazable lo rechazado, se resuelve en un puro negativismo. La negación, en su forma absoluta, es un modo de depender de lo negado. El joven rebelde, carente de una tabla de valores propia, necesita conocer la tabla de sus padres para construir por inversión la suya (…) El adolescente se preguntaba qué era lo que papá más temía y detestaba en el campo político. La respuesta era, generalmente: ‘el comunismo internacional’. Y el joven rebelde, en consecuencia, corría a inscribirse en el Partido Comunista. Pero esta afiliación fundada en la mera inversión mecánica (…) reviste peculiares modalidades. Bajo el rótulo de ‘comunismo’, nuestro joven rebelde asumía como su propio destino político no lo que el comunismo era, sino la imagen negativa que tenía del comunismo su padre. (…) Una vez ingresado en el PC, sobrevenía el desencanto, y el joven rebelde traducía su frustración en dos actitudes posibles: o abandonaba el partido para canalizar su rebeldía por otros conductos, o permanecía un tiempo más en él para generar una escisión colectiva de extrema izquierda. Gran parte del extremismo revolucionario ha tenido este origen”.

Pablo Giussani, Montoneros, la soberbia armada, pp. 36 a 38, Sudamericana/Planeta, Buenos Aires, 1984.