Notebook de arrabal

Programa atípico para un jueves a la noche: tocaba Luciano Supervielle en el Roxy Bar. Lo había visto casi de casualidad hace unos días integrando la banda de Jorge Drexler y realmente fue una sorpresa *muy* grata. Así que no lo pensamos demasiado: pusimos proa a Palermo Hollywood (fui con un amigo que se fanatizó con su disco) para poder llegar tempranito, no a tiempo para conseguir mesa pero sí como para acodarnos en la barra y clavarnos una pizza esperando el comienzo del show.

A diferencia de lo que puede leerse en la tapa de su CD, no hizo falta que Bajofondo Tango Club presente a… Supervielle hizo un muy buen trabajo él solito. Con su banda compuesta por un contrabajista de Montevideo, un bandoneonista sanjuanino y un violinista porteño, sonó de puta madre. Beneficios de la era digital, claro. La hora y monedas de show terminó enfervorizando a los lookeados parroquianos de un lugar que lucía a tope, con gente hasta en las escaleras.

La música de Supervielle tiene un basamento hip hop muy claro y explicitado por él mismo en cuanto reportaje anda dando vueltas por ahí. Huelga aclarar que lo que hace no es tango; pero es evidente que en su sonido hay muchos elementos rioplatenses dando vueltas, y además la elección de instrumentos (sobre todo los ostinatos de violín y bandoneón) hacen que la oreja nos engañe y tire para el lado del 2 x 4.

¿Tango electrónico? Quizás. Armónica y melódicamente poco ha quedado del tango en esta versión siglo XXI, víctima de una fragmentación que lo volvió casi irreconocible. Supervielle también disecciona y fragmenta, es inevitable. Pero haciendo mucho hincapié en la parte rítmica y, a diferencia de algunos engendros que andan sonando por ahí, realizando una suerte de “trozado fino” desde el que intenta un rescate de ciertos matices tangueros.

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Bonus track

Los Natas habían amagado con despedirse del público argento por este año para irse a girar por Europa, pero…

París bien vale una misa. O algo así.

Introducción a la poesía contemporánea III

Desde que hay memoria ya hay tradición
y desde que ésta existe ya hay patriotismo
y de esto nacionalidad.

El pretérito obliga, escarmienta, ilumina y envalentona
menospreciarlo no constituye profanación
sino intento de suicidio.

Con mi corazón a ultranza
de cristiano bautismo
es que abarco a la patria
con un yo soy mismo.

Almafuerte, Ultranza, Ultimando (2003).

[Gracias Ricardo… gracias Larry… ¡gracias Piero!]

De turista en el Fest

Luego de dudar, dubitar y hesitar acerca de si debía invertir o no casi 70 mangos en un festival de oferta musical variada pero que no se adaptaba demasiado a mis necesidades actuales (!), terminé pegando una entrada gratis a pocas horas del inicio del primer día. That’s life.

Debido a que los viernes no es uno de mis mejores momentos de la semana (arrastro despertares en el tierno horario de las 4 AM desde el lunes anterior), luego de una siestita con gusto a poco me levanté como pude y enfilé para el Club Ciudad de Buenos Aires. Llegué tarde y corriendo luego de padecer un tren con 20+ minutos de demora (thank you very much). Eran casi 20:30, pero el set de Jorge Drexler finalmente se atrasó media hora. Muy meticulosos para probar sonido los muchachos de la crew del uruguayo, eh… *muy*.

Técnicamente impecable, el vivo de Drexler es sin embargo un poco frío. Tomando nota de esto, el uruguayo empezó a arengar sutilmente (demagogia cero) al público, haciéndolo participar del show para ir calentando el ambiente de a poquito. Compuesto en su mayoría por temas de Eco y Sea, el set duró casi una hora y lo mejor estuvo en los últimos 20 minutos, cuando sonaron Tamborero, El pianista del gueto de Varsovia, el falso cierre con Todo se transforma y el bis de Sea. Antes habían pasado Eco (tema con el que abrieron), Crece, Guitarra y vos, Se va se va se fue y Deseo, entre otros.

De la polinacional banda de Drexler se destacaron Luciano Supervielle (no me atraen mucho los DJs pero este muchacho es un grosso, debo admitir: toca teclados, arregla, programa, hace scratching… completito) y un violinista que tocaba increíble. A la vez, dejaron bastante que desear los dos músicos españoles: un guitarrista apenas correcto y sin matices, y un batero tirando a malito. Es muy extraño que un músico uruguayo que cita constantemente sus raíces de candombe, como casi todos sus compatriotas, no tenga un batero y/o percusionista de su propia nacionalidad. Un humilde consejo desde aquí para Drexler: urge que este muchacho se vuelva a Barcelona y reemplazarlo por un botija de las calles de Montevideo.

Luego de un intervalo no tan largo (ya la cosa venía demorada), apareció Bebel Gilberto. La brasileña tardó mucho menos en ganarse a la monada, cosa que había conseguido ya al tercer tema. Había mucha más gente que en el show de Drexler: el efecto Pet Shop Boys fue poblando el Escenario 2 sin prisa pero sin pausa durante todo el set de Bebel. La banda de esta sensual portadora de un ilustre apellido es un lujo, hay que decirlo. Sobre todo el batero, que tiene un touch que debe haber adquirido luego de hacer un pacto con el diablo. Bebel canta muy lindo, mezclando el inglés y el portugués con naturalidad y sin prejuicios. Pese a no conocer ni un tema suyo, su bossa nova ambiental me terminó gustando bastante, aunque…

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El último

Ayer me estaba(n) cortando el pelo, entró Rousselot y me apagó la luz. True story.