Los hombres de verdad llegan hasta el 11

“Yo había renunciado a la guitarra entre el ’75 y ’78. Había perdido totalmente el interés. Estaba harto de escuchar a otros guitarristas y estaba cansado de mis canciones. Lo que realmente quería ser era Jacqueline Du Pré en el cello. (…) Fue una elección apropiada para mí en ese momento, porque mi novia me había dejado y yo estaba pasando por esta fase miserable. (…) Pero tenés que dedicarle la vida entera a un violonchelo. Cuando me di cuenta de eso, fui de nuevo a la guitarra y empecé a usar el volumen un poco más fuerte”.

Ritchie Blackmore en una nota a Guitar World, febrero de 1991

Solo porque hacía demasiado que el bueno de Ritchie no se daba una vuelta por esta página. Ahora solo le falta aplicar esa misma lógica para dejar la mandolina (o el laúd, o lo que bosta esté tocando por estos días), volver a grabar aunque sea un postrer disco de rock n’roll y repartir guitarrazos por doquier para beneplácito del respetable. Nos lo debés, fiera (?).

[por las dudas de que el título haya sido demasiado críptico: ¡larga vida a Spinal Tap!]

El metal según Giardino: incoherencia y caca blanda

Giardino toca, Giardino hace declaraciones, Giardino reflexiona, Giardino ejecuta. A lo largo de este post leerán muchas veces Giardino porque sin dudas (al menos él no las tiene: es un comienzo) es el músico más grande de la galaxia, y esta verdad absoluta debe realizarse aunque sea por repetición (?). Giardino y su banda invitada, Rata Blanca, van a hacer un par de shows a fines de este mes. Y qué mejor oportunidad para llorar, declamar desde el púlpito y exigir gloria perdida que una prenseada feroz con la excusa de un puñado de recitales.

La nota del portal rock.com.ar es prácticamente inmejorable para diseccionar el discurso con pretensiones de fascismo artístico de Giardino. Veamos: a Giardino le fue bien, pero él piensa que no es suficiente. ¿Por qué no le fue mejor si él *es* el mejor? No le alcanza con lo que consiguió: podría haber conseguido más. Lo justo hubiera sido que lo nombraran el mejor guitarrista de la tierra y que una vez por mes se reuniera un congreso de notables para reconfirmar tal galardón, con catering de sushi, suelta de palomas, lluvia de pétalos de rosa y un holograma de Ritchie Blackmore que lo felicite personalmente (?).

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De pie, señores

Y un día Ritchie Blackmore volvió al rock. Por un ratito, como para recordar viejos tiempos, con una pequeña colaboración en un disco ajeno. Pero volvió, y eso es lo importante. Metió unas violas celestiales en la versión de “Space oddity” (pavada de tema) que perpetró el viejito piola (?) de William Shatner en su nuevo atentado musical.

O bueno, tampoco para tanto. El disco de Shatner se puede escuchar, es una anécdota simpática. Pero lo verdaderamente significativo —al menos para este humilde servidor— son los fraseos de Blackmore, que valen su peso en oro y representan más que la discografía entera de casi cualquier banda actual. En el mismo paquete tenemos que bancarnos a la momia de su jermu Candice haciendo coros de fondo (OK, no canta mal… pero igual la odiamos (?) por lo que le hizo a nuestro héroe), pero no es tan grave. Es un mínimo precio a pagar por un pedacito de cielo.

Así que celebramos el regreso de este exquisito guitarrista, autor de la mejor frase anti-shredding de la historia: “tocar la guitarra a cien kilómetros por hora es tan estúpido como recitar a Shakespeare a cien kilómetros por hora“. Ojalá salga pronto del letargo infame de Blackmore’s Night y vuelva con con Rainbow, como solista, arme una banda nueva (Purple está demasiado bien sin él, salvo por su prolongado hiato discográfico) o nos sorprenda con alguna otra excentricidad, pero gratamente. Por ahora, tendremos que conformamos con estas migajas. No son suficientes, pero algo es algo.