De “Conchita” a “La Chochan” en seis simpáticos perdigonazos (?)

No puedo más que sumarme a la terrible manija que le están dando a la biografía de Ricardo Barreda (“Conchita“), de inminente publicación por estos lares. ¿De dónde sale la fascinación por este gris dentista que un día explotó, tuvo sus quince minutos de notoriedad y se instaló en el imaginario nacional? La primera explicación es la más sencilla: cumplió la fantasía de muchos hombres atrapados en una vida matrimonial plurivaginal (?) de horizonte en declive. Una historia parecida de deseos cumplidos por interpósita persona fue la del subtesorero Mario Fendrich, que cosechaba vítores a su paso tras robar la bóveda (“su” bóveda) de un banco en Santa Fe. La diferencia es que Fendrich no se entregó: lo atraparon al poco tiempo. Y lo que es peor, bastante fácil. Quedaste segundo y cómodo, mostro, qué va’cer. Para la gloria te faltó una caño recortado (?).

El resto de los ingredientes del fenómeno Barreda nos quedan más lejos, como la satisfacción del morbo popular mediante un autógrafo, o el salto de fe de su nueva pareja, que puso su casa y, en última instancia, su propia humanidad como garantía para la excarcelación de su amorcito. Vamos marchando una copia de Durmiendo con el enemigo para la patrona (?).

En Barreda, claro, está la superación de varios factores reprimidos. El popular: matar a la suegra. El del hastío: matar a la mujer, como sublimación última de un matrimonio roto. Pero también está la mirada al abismo de un tipo al que no le tembló el pulso para cargarse a sus dos hijas y seguir con su día como si nada. Luego se entregó, cumplió su pena y hoy es un ciudadano de pleno derecho. Bien puede hacerse un tiempo para cacerolar, como ir al chino a comprarse una cazuela de mondongo (?) o maltratar a su pareja actual, Berta, a quien llama cariñosamente (?) “La Chochan”.

Quizás el libro marque una etapa de “desencantamiento” de Barreda. Esta ventana a su cotidianeidad actual puede romper su lugar de mito bizarro, quitarle el halo de misterio a su andar taciturno, desactivar su escasez de palabras. Como sea, y hasta que se demuestre lo contrario, a comprar el libro y todos con la estampita en la billetera. El peligro puede estar a la vuelta de la esquina y no está de más contar con la protección espiritual de alguien que triunfó en lo suyo y volvió para contarlo (?).