El rock, un negocio sobre ruedas

“La ley no dice que en lugares privados, a cargo de empresarios privados, un discapacitado motriz pueda pagar sólo la mitad del costo de la entrada. En todo caso, su acompañante tiene que pagar la entrada completa.

(…) En uno de los shows de los Rolling en River, fijate lo que hacían los tipos: las entradas costaban entre 150 y 200 pesos, los chabones alquilaban las sillas de ruedas a 50 mangos en un local que quedaba cerca de la cancha y encima entraban gratis… ¡dos! El ‘lisiado’ y su ‘acompañante’. También había discapacitados que hacían su negocio: te cobraban a vos la mitad de la entrada para ir a un show en el que los tenías que acompañar empujando la silla, te hacían entrar gratis —bah, habías pagado la mitad— y después, al rato, se volvían a sus casas con la plata. ¡Te fijabas, y en River había como 50 mil discapacitados, y todos habían ido a ver el mismo show!

(…) En un show internacional en Obras había tres o cuatro con sillas, con palanquitas… Y un tipo, en el medio del pogo, se ponía de pie y en el quilombo se cambiaba la silla con otro. Y a muchos, debajo del culo, en la silla, les encontrábamos falopa para vender adentro del estadio. Muchos usaban al discapacitado —en realidad, el discapacitado se prestaba— para vender…”

[testimonio de un “Control” de Obras en Estadio Obras, el templo del rock, Gloria Guerrero, Sudamericana, 2010]