Pólvora en chimangos

Beto Casella revivió su programa (el extinto Mundo Casella, al que trocó por la conducción del inimputable Buenos muchachos por C5N) para hacer su ya clásica nota navideña con Iorio. No fue uno de los impactos catódicos (?) más destacados de Ricardo, que no obstante siempre se las arregla para dar letra (si esto es bueno o malo, quedará a criterio del respetable). Esta vez, cierto exceso de complicidad entre entrevistador y entrevistado pateó en contra, igual que las caras de “esto ya me lo preguntaste el año pasado” del susodicho. Seguramente sean los pros y las contras de televisar una reunión de amigos, o al menos de dos tipos que, a esta altura, se entienden con un gesto o una mirada.

¿Qué tienen en común las teorías conspirativas sobre la muerte de Facundo Cabral, el Papa y su ejército de comepibes, Flavio Mendoza, Baltasar con tetas (!), Vanessa Show, Justin Bieber, los cortes de luz, Phil Collins y un cartucho de dinamita? La respuesta caerá por su propio peso en estos tresdos youtubazos ricardescos de 1545 minutos cada uno.

Salud, dinero y pepa findeañera (?) para todos, nos leemos en 2014.

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Heavies eran los de antes

Seguimos atravesando el callejón de la nostalgia y acordándonos de cuándo éramos adolescentes metaleros con granos y cara de malos. La híper estaba a la vuelta de la esquina pero seguíamos consumiendo discos (cassettes, bah), parches, revistas, pósters, revipósters (?), bombones, caramelos, confites y pastillas. “Heavy metal argentino” es un libro publicado en 1993, cabezón pero entrañable, en la línea del fundacional “V8, un sentimiento”, que perpetrara (?) en su momento Ana Mourín. A fines de los ’80 y principios de los ’90, ser heavy era sinónimo de curtir bandas con nombres estrafalarios como (anoten): Escocia, Chykle, Bloke, Curly, Bravo, Factor RH, Gasolina, Kobalto, Mordaz, 6L6, Samson, Thor, Boxer, Hellion, Zona Púrpura o Vitiken, más allá de los instalados (decir consagrados sería una exageración) Riff, V8 y Rata Blanca.

Pese a que, por momentos, el valor literario del libro fluctúa más que la libra bluesterlina (?), la obra constituye un gran documento de época. Sus autores, Frank Blumetti y Carlos Parise, escribían en revistas de rock y HM de aquel entonces, como Riff Raff (el olvidado antecedente de Madhouse), Metal o una Pelo con historia pero cada vez más caretizada.

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Promiscuidad hermosa

“La cocaína, el éxtasis, la marihuana, eran cosas que llegaban todos los días. Editábamos el Cocaine Herald, que decía dónde comprar cocaína barata, y dónde tener cuidado porque la vendían mala. Recomendábamos qué ácidos tomar y cuáles no.

(…) Yo llegaba a las siete de la mañana, y el cadete, que después fue el cantante de Dos Minutos, Mosca, iba al bar de la esquina y me traía una medida de vodka, dos medidas de campari y pimienta, y yo me ensartaba eso y me daba un saque. Así empezaba mi día. Fue una etapa de promiscuidad hermosa”.

[Enrique Symns desde su destierro suburbano, hace un par de años para Perfil]

El metal según Giardino: incoherencia y caca blanda

Giardino toca, Giardino hace declaraciones, Giardino reflexiona, Giardino ejecuta. A lo largo de este post leerán muchas veces Giardino porque sin dudas (al menos él no las tiene: es un comienzo) es el músico más grande de la galaxia, y esta verdad absoluta debe realizarse aunque sea por repetición (?). Giardino y su banda invitada, Rata Blanca, van a hacer un par de shows a fines de este mes. Y qué mejor oportunidad para llorar, declamar desde el púlpito y exigir gloria perdida que una prenseada feroz con la excusa de un puñado de recitales.

La nota del portal rock.com.ar es prácticamente inmejorable para diseccionar el discurso con pretensiones de fascismo artístico de Giardino. Veamos: a Giardino le fue bien, pero él piensa que no es suficiente. ¿Por qué no le fue mejor si él *es* el mejor? No le alcanza con lo que consiguió: podría haber conseguido más. Lo justo hubiera sido que lo nombraran el mejor guitarrista de la tierra y que una vez por mes se reuniera un congreso de notables para reconfirmar tal galardón, con catering de sushi, suelta de palomas, lluvia de pétalos de rosa y un holograma de Ritchie Blackmore que lo felicite personalmente (?).

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Libertad virtual

“No se trata de que estén convirtiendo una red pública y libre en un centro comercial. Internet ya es un mall comercial. Tu revolucionario video que está publicado en YouTube ya tiene anuncios de Google insertados en él. Y sí: ese es el precio de la libertad cuando estás operando en la red de alguien más.

(…) Internet está justo entre el ‘cubo de azúcar‘ y el McNugget, entre la colorida disidencia de los hippies y la sofisticada manipulación de las corporaciones. Y en este sentido quiero pensar que a las actuales generaciones de programadores, bloggers, tuiteros, y demás, nos corresponde definir hacia qué lado se inclinará la balanza. Aquí nos remitimos al famoso mantra acuñado por (Douglas) Rushkoff, que reza: ‘programa o serás programado’.

(…) O fundamos algo diferente, inspirado en nuestra experiencia digital pero blindado ante su posible corporativización, o seguimos alimentando esta fábrica de nuevos paradigmas que es la Red al mismo tiempo que nos convertimos en una hipersofisticada tribu de consumidores”.

De hippies a microchips: los antecedentes contraculturales de Internet

Franela compositiva

“No me gustan los colectivos aglutinantes que en lugar de celebrar la subjetividad la subsumen a una. ¡Se matan por golpear la puerta y ser cancionistas! ¿Qué les pasa? ¿De dónde viene tanta placidez? ¿Viven los doce meses del año en Cabo Polonio?

Estoy en contra de lo que yo llamo canción capitalista: intro, línea melódica, dos estrofas, estribillo, solo, dos estrofas, estribillo, estribillo, cierre. Está muy bien… Pero no. No está muy bien. Hay que salir de esos lugares comunes.

Y también quiero decirlo: yo me cago completamente en esa suerte de refinamiento de ponerle cuerdas a las canciones. Me parece un gesto barato. Es como ir a comprarle un Blem al chino y pasarle franela al tema.”

[Gabo Ferro en una nota a Tiempo Argentino]