P***i Music 2007 D2, o el rock como hipérbole desplazada

Huelga decir que los shows y/o festivales de rock ya no son lo que eran pero, más allá de la obviedad, ayer tuve un nuevo choque frontal (?) con la realidad de los tiempos que corren que me dejó pensando y con renovados bríos para postear al respecto.

El día 2 del festival de la gaseosa pintó tranqui, con no muchas entradas vendidas y sí bastantes de garrón, incluida la de yours truly (lo último consecuencia de lo primero, seguramente). Eso es garantía casi absoluta de un público variado, poco rockero o directamente del tipo pasaba-por-acá-y-vengo-a-ver-qué-onda. Lo cual no tiene nada de malo necesariamente, aunque…

Como primera medida, la organización del evento (que tiene nombre y apellido en este caso: Pop Art) se encarga de que uno se pregunte si está yendo a un festival de rock, a un parque de diversiones, a un pseudo-evento prensero o a un shopping al aire libre.

El panorama de la esquina de Crisólogo Larralde y Libertador alrededor de las 20:30 ofrecía más promotoras que gente. La función de estas gráciles doncellas de sonrisa impostada era, cuándo no, atosigar a todos los que pasaban con toneladas de folletería barroca de servicios varios, en su mayoría para celulares. También estaban las típicas bandas que aprovechan este tipo de eventos para salir a volantear (a esa altura casi por suerte, como para ponerse un poco en clima) y alguna que otra movida más modesta para otros productos.

Superado trabajosamente este segmento introductorio de inducción al consumo, era el turno de los 300 controles de cacheo que no cachean, de las 25 instancias de verificación de la entrada (¿no alcanza que la miren *una* vez para saber si es falsa o no?) y finalmente, sí, del ingreso triunfal al predio del Club Ciudad de Buenos Aires. Al lado de la parafernalia organizativa ostentada ayer, los operativos para partidos de mediano riesgo en el GBA son un mero simulacro para principiantes.

Una vez adentro, el concepto temático rock/parque de diversiones me estalló en la cara en todo su esplendor. O yo estoy demasiado grande o el rock está muy infantilizado a estas alturas, y eso que Boom Boom Kid y El Otro Yo ayer brillaron por su ausencia (?).

Les cuento lo que uno encuentra por orden de aparición en un festival de rock modelo 2007: un Samba semivacío, un pseudo-bungee jumping nivel EGB (?), una sala de juegos con metegol y ping pong, stands de Musimundo, Soy Rock, Rolling Stone, el Roxy, la Trastienda… ah, perdón, también un par de escenarios alternativos donde bandas desgranan su súper ensayado repertorio ante puñados de gente que simplemente pasan por ahí. Y allá, atrás de todo, los dos escenarios principales cuyo audio sirve casi siempre de música de fondo para toda la “experiencia” P***i Music.

Todo está hiperbolizado salvo el rock, reducido a su mínima expresión o a mero accesorio, con condición de necesariedad dado el contexto pero accesorio al fin. El mayor momento de hiperrealidad lo experimenté durante el show de Árbol: en la choza (?) de Musimundo insistían en repetir una y otra vez imágenes en primer plano de Eduardo Schmidt extraidas de uno de los DVD de la banda. O sea: mientras tocaba Árbol en vivo unos pasos más allá, el estímulo ofrecido era consumir Árbol por duplicado y en pretérito, mientras el audio del presente no-schmidtiano se nos colaba por la otra oreja. Repito, quizás yo esté un poco grande para estas cosas, pero toda la escena me dio un poco de miedo.

Cada vez más creo que hoy el rock existe sólo como mera representación de rebeldía que ya ni siquiera tiene pretensión de verdad. Ya nadie se lo cree mucho y es un simple pasatiempo para todos: para los recién llegados, para los que tienen apenas un par de recitales sobre el lomo y para los más curtidos. Incluso diría que para buena parte de los adolescentes es una forma más de llenar de fotos la memoria de sus también hiperbólicos celulares.

No llegué a ver casi nada de las bandas periféricas salvo los últimos dos temas de NTVG, así que superado Árbol y su insoportable pop-rock de arenga ATP, llegó el turno del acto de cierre: Café Tacuba. Su show fue un oasis en medio de tanta oda fragmentaria al consumo ininterrumpido. Pese a arrancar medio fríos, tanto ellos como el público, fueron ganando en confianza y onda en gran parte gracias a los temas de Ré (sonaron Las Flores, La ingrata, El baile y el salón y El puñal y el corazón, entre otros) y a su propia profesionalidad como músicos, pese a no estar en su mejor noche.

El público tardó en entregárseles por completo pero eso finalmente sucedió en la segunda parte del show, de la mano de Eres, Déjate caer, algunos temas de Sino -el disco nuevo de la banda, que está al caer- y otros bises que se extendieron bastante más de lo pensado y fueron clausurados por una elección asesina como El fin de la infancia, tema con el que la banda se despidió mostrando su mejor cara.

Ironías de la importación y el tipo de cambio, tuvo que ser una banda mexicana la que salve las papas del festival de rock nacional más representativo de la actualidad. No todo está perdido en la escena rockera local, pero va a haber que trabajar bastante para encontrar lo que quedó en el camino, allá entre la promoción de ringtones a $0,50 + IVA, la carpa de La Mega, la biblia y el calefón.