Hasta luego, Natas

Octavo encuentro del año entre Los Natas y yours truly, algo accidentado esta vez. Para empezar, llegué tarde pese a ir confiadísimo de haber salido con tiempo de sobra. El inicio estaba anunciado a las 21, pero los horarios en el rock son siempre un dibujo. La vez anterior, un viernes, no había empezado hasta las 00:30. Pero esta vez largaron apenas después de las 23, y haber llegado casi 15 minutos después nos valió perdernos el doblete de apertura ideal (2002/Planeta solitario) y Tufi Meme.

Entramos mientras sonaba la intro de Ciudad de Brahman, y costó reponerse del mini-shock de entender que nos habíamos perdido parte del show y entrar en clima. Para colmo de males, algo me estaba bailando un malambo en el estómago y a los pocos minutos debí conformarme con escuchar uno de los temas nuevos desde los poco glamorosos baños de Niceto, mientras abría paso a una implosión líquida de mis intestinos. Shit, que le dicen.

Para no aburrir con mi actualidad gástrica, vuelvo a la noche del sábado; no había mucha gente (bastante menos que en la fecha de noviembre, también en Niceto), pero pese a eso decidí empezar viendo el show desde atrás, cosa que tampoco colaboró para entusiasmarme demasiado con esa primera parte del recital. Recién durante Tormenta Mental me decidí a escabullirme por un pasadizo lateral para llegar bien adelante, a centímetros del escenario pero de costado.

Recién cuando la bestial versión del tema de Hawkind me caló hasta los huesos empecé a entrar en calor. Esta vez lo hicieron sin invitados, sin intrusos, sin interferencias: sólo ellos tres. Y el resultado fue más poderoso que nunca, de lo mejor que les escuché en 2004. Antes había pasado la otra parejita importada desde Corsario Negro (Contemplando la niebla + Bunburi), también exquisitos temas viejos como Soma y El Negro y la hipnótica Qué rico, que cada vez más se parece a un perfecto resumen del muestrario de climas que ofrecen Los Natas cuando se los ve en directo.

Trance antidiscursivo

Waldo es quien generalmente habla con el público, pero esta vez pareció embarcado en un trance inalterable que sólo interrumpió para un par de tímidos “gracias”, pasándole la posta al poco comunicativo Sergio Ch. Y es sabido que el guitarrista no ha sido agraciado especialmente con el don de la palabra.

Hablé con gente que veía a la banda por primera vez y, por supuesto, todos coincidieron en que Waldo les voló la cabeza. A mí ya no me sorprende, pero verlo aporrear su instrumento en vivo sigue siendo una experiencia de cuidado. El batero de Natas es como un domador que está de vuelta, que ya se cansó de someter totalmente a su presa. Entonces ya no la doma: la humilla, la provoca, la deja en paz un rato, le hace unos mimos y vuelve a la carga. Una bestialidad lo que toca este pibe, nunca me cansaré de repetirlo.

Lo mejor estuvo en la última media hora, cuando pasadas las 00:30 Sergio Ch. dijo “en un ratito nos echan”. Y vaya ratito fue ése. Las del violero parecieron palabras de despedida y no pensé que se nos fuera a venir encima semejante andanada: una versión enganchada de Meteoro 2028/Humo de marihuana, Rutation (una excelente sorpresa, ya que no suelen tocarla), Traición en el arrocero y un final que arrasó con las pocas neuronas sanas que quedaban: Patas de elefante.

A la salida quisimos comprar dos copias del flamante München sessions con un amigo, pero se había agotado. For the record: uno quiere resistir el impulso de piratear, pero no lo dejan. Ahora se viene otra extensa sesión… una de Emule, hasta que aparezca el disco.

Personalmente, creo que me va a venir bien el fin de año para tomarme un descansito de Los Natas. No me gustó tanto este show y creo que fue pura responsabilidad mía. Sólo pude subirme al trip por momentos y eso no alcanza para disfrutar con los sentidos a pleno durante dos horas de música. Así que au revoir, gracias por un 2004 con varios shows volados y nos vemos… en algún lugar de la ruta.